ROBERTO Y ÁNGEL EN CISTIERNA

   Para que engañarnos, creo que puedo afirmar -si no lo pienso demasiado- que pocas son las cosas de las que me acuerdo ya y, menos mal que solo pude asistir el viernes por la tarde y el sábado. Uno siempre empieza dudando si asistir... cansancio físico, o mental, dolores, miedos varios, etc. Si se supera esta primera barrera, se acude a estos encuentros pensando si se encontrarán nuevos detalles técnicos, incluso, en nuestra osadía, se puede llegar a pensar si nos descubrirán nuevas técnicas desconocidas o, en su defecto, si nos enseñarán variaciones de las muchas (nótese la ironía) técnicas que ya conocemos y, con ellas poder sorprender en la rutina del dojo.

AikiAstures en Cistierna, con Roberto S. y Ángel L.
   Pero luego -siempre ocurre lo mismo; a mi me ocurre-, durante la realidad del curso, toda idea preestablecida se viene abajo. Todo es nuevo, todo te sobrepasa, te satura; sólo piensas en sobrevivir (mental y físicamente) como en un ataque de taninzu gake. Durante la práctica no hay oportunidad para intelectualizar, como termina una máxima de Claude P. que todos conocemos: "...no pensar".

   Después del entrenamiento queda una oportunidad para el recuerdo de lo acontecido, para la reflexión, solo o en compañía. Pero para los que tenemos "memoria de pez", nuestra última esperanza es que el conocimiento nos entre a través de los poros abiertos por el sudor, y aunque sea mediante un proceso de ósmosis, que algo del conocimiento mostrado por los maestros sea capaz de penetrarnos y activar los resortes necesarios para hacernos un poco menos torpes.
Foto cogida de Aikikai Galicia
Podríamos resumir, con una frase de Aristóteles, diciendo que: "Aquí no se viene a aprender algo, Aquí se viene a experimentar algo"

           Tista